La palabra “preocupemos faciem eius” (Sal. 94,2) quiere decir: anticipemos su faz. Pues bien, Dios nuestro Señor nos muestra la cara con sus beneficios; por eso en un texto de la Escritura dice: “La espalda, y no la cara, les mostraré”, amenazando con grandes castigos (cf. Jr. 18,17).
Ahora, cada día, a la salida del sol, es como si Dios nuestro Señor volviese a derramar sus beneficios, que estaban como detenidos durante las tinieblas de la noche; entonces, anticipar su faz en su alabanza es una exhortación a la diligencia, a comenzar muy pronto nuestra jornada de alabanza. Que no sean los pajarillos los primeros en alabar a Dios, sino nosotros.
En la carta de la Hermana he aprendido un pensamiento que no se me había ocurrido: toda la vida es un ensayo del cielo. ¡Aprender ya aquí lo que haremos en el cielo! El Oficio Divino es aprender cómo cantaremos por toda la eternidad el trisagio de Isaías (Cf. Is. 6,3) y el cántico nuevo del Apocalipsis (Ap. 14, 39. La meditación es aprender a estar embobados ante la faz de Dios.
Por eso, el Oficio Divino no está bien rezarlo según el mínimo precio para cumplir la obligación; hemos de aprender a rezarlo con toda solemnidad y elegancia, que lo conviertan en una verdadera delicia.
Bartolomé Xiberta, O. Carm., in “Fragmentos Doctrinales”, p. 275-276
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