sábado, 19 de noviembre de 2011

La Eucaristía, unión real con Jesús


El gran problema de la vida sobrenatural se cifra en asegurar nuestra unión real con Jesús. El Señor no quiso que esta unión se realizase sólo de un modo ideal, a base de pensar en su vida, pasión y muerte, o mediante la contemplación de su misión salvífica y santificadora, sino que ha querido que se realizase también real y sustancialmente. Y a este fin fue instituido el Santísimo Sacramento.

En la Eucaristía, el mismo Jesucristo que ahora está en el cielo, con la realidad substancial de su Cuerpo y Sangre, se pone en contacto con nosotros. Un contacto no sólo de verdadera presencia, como cuando lo adoramos en el  Tabernáculo, sino también haciéndose nuestro alimento.

Mediante el Santísimo Sacramento nosotros somos real y substancialmente una misma cosa con Jesús. Nos es una simple metáfora que Cristo sea la vid y nosotros los sarmientos, El la cabeza y nosotros los miembros. Nos convertimos en una derivación y prolongación de Jesús en la medida en que somos fieles a la gracia.

Ni siquiera durante toda la eternidad seremos capaces de comprender adecuadamente las maravillas de la Eucaristía. Recuerde aquella sentencia de san Agustín: El Alimento Eucarístico no se convierte en nuestra sustancia, sino, al revés, nos convierte a nosotros en Cristo. Creo que, ampliando este pensamiento, podemos decir con justeza que no solamente Jesús desciende a nosotros por la Eucaristía, sino que también nos hace subir hasta El. He aquí, a mi entender, un buen tema de meditación: la Sagrada Comunión nos transporta a Jesús que está sentado a la derecha del Padre.

Jesucristo habita con nosotros en la tierra bajo las especies sacramentales. Esto es cierto. Pero también es verdad que uniéndonos a Jesús, ya no vivimos sobre la tierra, sino más bien en el cielo.

El Santísimo Sacramento tiene además otra función, la de imponernos una forma de vida. A veces surge la dificultad de que durante la Santa Misa y en el acto de la Comunión tenemos menos recogimiento que en la meditación. De ahí una cierta reserva respecto las ceremonias y solemnidad externa, instituidas por la Iglesia, a fin de realizar con mayor eficacia la Sagrada Eucaristía.

Sin embargo, la Santa Misa y la Comunión hacen que la vida espiritual sea una derivación de la vida de Jesús. La Comunión no se se mide por la intensidad de afectos y pensamientos que provoca en el momento de recibirla. Como el acto de la Profesión no se mide por el fervor del momento sino por cuanto impone la norma para toda la vida religiosa. Así también la Misa y la Comunión.

Se pude decir que nuestra vocación a la santidad consiste en realizar lo que la Santa Misa y la Comunión suponen.

Bartolomé Xiberta, O. Carm., “Cartas desde el Carmelo”, p. 73-75

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