La vida sobrenatural del alma de todo cristiano, con tal que no tenga la desgracia de estar en pecado, es infinitamente sublime, ya que es una vida verdaderamente divina al ser Dios su alma y su principio.
Las Tres divinas Personas habitan en el alma cristiana, y, siendo el Espíritu Santo el principio informante de toda actividad, transforma el hombre en verdadera imagen de Dios. Así el alma en estado de gracia está divinizada, al igual que un carbón encendido se transforma en fuego. Ahora bien, la deificación de por sí es enormemente desproporcionada a la naturaleza humana. Ser imagen del Padre e heredero de los tesoros infinitos de la Divinidad, poseer como propio el Espíritu Santo, todo eso pertenece por naturaleza al Hijo, a Cristo Jesús.
Sin embargo, estos dones nos han sido comunicados por la vida de la gracia en tanto en cuanto el Hijo por su Encarnación, Pasión y Resurrección nos ha hecho hermanos suyos y como tales hijos adoptivos de Dios, y, por lo mismo, coherederos de las infinitas riquezas de la Divinidad que pertenecen a nuestro Hermano Primogénito, Jesucristo.
Toda la vida sobrenatural, comenzando por las gracias del Bautismo, continuando por las gracias que el Señor a veces nos concede en la oración y terminando con la gloria eterna, toda esta vida sobrenatural, digo, está condicionada al hecho de que nosotros permanezcamos unidos a Jesús para que de este modo nos pueda transferir su vida personal. Recuerde la alegoría de la vid y de los sarmientos y los miembros usada por San Pablo (Ef. 4,15).
Bartolomé Xiberta, O. Carm., “Cartas desde el Carmelo”, p. 72-73
Las Tres divinas Personas habitan en el alma cristiana, y, siendo el Espíritu Santo el principio informante de toda actividad, transforma el hombre en verdadera imagen de Dios. Así el alma en estado de gracia está divinizada, al igual que un carbón encendido se transforma en fuego. Ahora bien, la deificación de por sí es enormemente desproporcionada a la naturaleza humana. Ser imagen del Padre e heredero de los tesoros infinitos de la Divinidad, poseer como propio el Espíritu Santo, todo eso pertenece por naturaleza al Hijo, a Cristo Jesús.
Sin embargo, estos dones nos han sido comunicados por la vida de la gracia en tanto en cuanto el Hijo por su Encarnación, Pasión y Resurrección nos ha hecho hermanos suyos y como tales hijos adoptivos de Dios, y, por lo mismo, coherederos de las infinitas riquezas de la Divinidad que pertenecen a nuestro Hermano Primogénito, Jesucristo.
Toda la vida sobrenatural, comenzando por las gracias del Bautismo, continuando por las gracias que el Señor a veces nos concede en la oración y terminando con la gloria eterna, toda esta vida sobrenatural, digo, está condicionada al hecho de que nosotros permanezcamos unidos a Jesús para que de este modo nos pueda transferir su vida personal. Recuerde la alegoría de la vid y de los sarmientos y los miembros usada por San Pablo (Ef. 4,15).
Bartolomé Xiberta, O. Carm., “Cartas desde el Carmelo”, p. 72-73
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