viernes, 4 de noviembre de 2011

La presencia de Dios en la oración


Cuando sentimos la presencia de Dios en en la oración, sólo experimentamos levemente lo que se realiza con toda verdad en la esencia del alma y que constituye el estado de gracia.

Es verdad lo que V. R. dice, que todo cuanto escribe el Venerable Domingo de S. Alberto sobre el Amor de Dios, todo es poco. Pues yo digo lo mismo de la unión de Dios con el alma. Somos incapaces en la presente vida, aun contando con gracias extraordinarias, para comprender toda esta grandeza. En otras ocasiones he insistido en que por la vida de la gracia se da una verdadera deificación.

La deificación suprema es la de la unión personal del Verbo con la naturaleza humana en Cristo Jesús. Luego está la unión de la Divinidad con María, nuestra dulcísima Madre, para producir conjuntamente al Verbo de Dios, hecho Hombre. Hay también la unión de los bienaventurados con Dios, que nosotros podemos comprender de algún modo por la unión que existe entre nuestras ideas y el entendimiento. Existe, finalmente, la unión por la gracia, cuya excelencia descubrimos ya desde ahora por sus consecuencias, es decir, en cuanto nos capacita para realizar obras divinas y naturalmente desemboca en la unión beatífica.

Los Santos Padres de la Iglesia jamás han dudado en llamar deificación al estado de gracia y menos todavía el mismo S. Pedro. Este describe categóricamente que hemos sido hechos “partícipes de la naturaleza divina” (2 Pe 1,4). Y eso, ¿por qué? No ciertamente por nuestros méritos, porque Dios no escucha otra voz que la de su Bondad infinita, para la cual ningún don creado es suficientemente grande.

Todo nuestro esfuerzo en la oración debe orientarse a darnos cuenta, a gustar y a experimentar estos misterios que constituyen la vida de la gracia, tal como nosotros lo creemos por la fe. Todo lo demás que pueda sobrevenir en la oración hay que abandonarlo, porque carece de importancia. Pues se trata de concomitancias que ordinariamente sólo reflecten el contenido de nuestro espíritu.

Ni siquiera es necesario fijarse en el modo como experimentamos las operaciones divinas. Pues estos modos no son otra cosa que medios proporcionados a nuestro estado de ánimo, pero no expresan la naturaleza misma de las operaciones de la gracia. Estas sólo las conocemos por pura fe.

Bartolomé Xiberta, O. Carm., in “Cartas desde el Carmelo”, p. 124-125

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