Gracias a la gran abundancia de cartas enviadas a las monjas carmelitas, se ha podido descubrir otra faceta de la rica personalidad de Bartolomé Xiberta. En efecto, sin haber escrito ningún tratado de espiritualidad, a través de sus cartas aparece, junto con el P. Juan Bautista Brenninger, como el gran maestro de la espiritualidad carmelitana de nuestro tiempo. De hecho se han recopilado en cuatro volúmenes cartas y otros escritos espirituales de Bartolomé Xiberta.
Ellas nos han dado a conocer la dimensión profunda de su personalidad, que unía al sabio con el santo. Las monjas conocieron y admiraron sus virtudes: humildad, abnegación, caridad, total disponibilidad para ayudar y sacrificarse por los demás. También supieron de sus sufrimientos y alguna religiosa fue testigo de sus lágrimas. Con razón se puede afirmar, y las cartas lo demuestran hasta la saciedad, que las monjas eran sus verdaderas confidentes. Era exigente consigo mismo, pero tolerante y complaciente en extremo, sobre todo con los más débiles y enfermos. Porque vivía personalmente la mística sabía aconsejar y guiar a las que estaban llamadas a escalar la cumbre de la espiritualidad.
Con motivo de su muerte se publicó el testimonio realmente edificante y revelador de algunas carmelitas que lo conocieron y trataron a fundo.
El testimonio de una monja expresa lo que pensaban de él todas las que lo trataron: “Era un santo. Es difícil hablar de sus virtudes, puesto que al subrayar una se descubre otra que brilla con igual magnitud. Para nosotras es un santo muy humilde pero muy grande, que ha sabido unir su gran sabiduría con su gran santidad. Y esto bajo humildes apariencias que le asemejan a Jesucristo que pasó por el mundo haciendo el bien. Un padre rebosando tres grandes amores: Dios, Nuestra Santísima Madre y la Orden del Carmen. Un padre con el corazón rebosando de sabiduría, bondad y sencillez”.
Cuando llegaba a un monasterio de monjas espontáneamente manifestaba una alegría desbordante, puesto que se sentía como en casa. Sabía que era comprendido y aceptado. Allí podía desahogarse y manifestar abiertamente sus más intimas convicciones religiosas. De este modo se entregaba en cuerpo y alma a atender espiritualmente a las religiosas. En sus visitas, generalmente breves, el ministerio pastoral que realizaba era agotador: pláticas, confesiones, dirección espiritual. Todas las monjas aprovechaban su estancia para hacerle consultas espirituales. Sin embargo, él solía decir, y no cabe duda que era sincero, que la visita a un monasterio era un descanso para el espíritu. Su trato con las monjas más que respetuoso era reverente. De hecho encabezaba las cartas con: Venerada hermana. Jamás hizo discriminaciones. Trataba por igual a la Madre superiora que a la más humilde Hermana de obediencia. Sus preferencias eran para las enfermas y las que sufrían alguna grave tribulación.
R. Ribera, “El P. Xiberta y la restauración de la Provincia de Cataluña”, in “Cerni Esentia Veritatis. Miscelánea homenaje al P. Xiberta de la región ibérica carmelita”, Barcelona, 1999, p. 85-86.
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