La existencia de Dios
En los citados ejercicios espirituales del año 1963, al hablar de nuestra total dependencia de Dios, el P. Xiberta la ponía en relación con la creación. Él nos decía: “Hagamos un esfuerzo para imaginar el primer instante de la creación, cuando las primeras criaturas fueron creadas, en el mundo no había nada, nada y nada. Nosotros no estábamos, tampoco el sol ni la luna, nada, ni tampoco el derecho a existir. De nuestra parte no había nada, de parte de Dios había él mismo, Dios infinito en su esencia, perfectamente bueno. Hagan esfuerzos por decirlo, por pensar: nada, nada”.
Es dificilísimo imaginar la nada. Mejor dicho, la nada no se puede imaginar, porque si no, sería algo, ya no sería nada. Ahora me pongo a pensar: en el principio no había nada, sólo había la nada, y este pensamiento es falso porque ya estoy pensando en algo, ya le doy forma a la nada. La reflexión filosófica sería pensar: si no había nada y luego hubo, esto quiere decir que hay un ser que no ha comenzado nunca, el ser que está en la base de la inteligencia. Nosotros somos capaces de conocer el ser, de pronunciar el verbo ser. Esto es una mesa, aquello es una silla, yo soy una persona… El ser se autoimpone a la naturaleza humana y nos lleva a intuir que el ser es eterno, que ha comenzado y antes no era. Entonces, esto quiere decir que hay un SER que no ha comenzado nunca, que no tiene ninguna causa. Ninguno de nosotros somos el ser pero no podemos dejar de pensar en el SER y nuestro pensamiento no tiene otra salida que ir a la raíz, a la revelación de Dios mismo cuando dice a Moisés: YO SOY EL QUE ES[1] Y Jesús en el evangelio: “Soy yo”[2]. Es decir, sí que podemos imaginar que de parte de Dios había él mismo.
El P. Xiberta, en los ejercicios, nos quería hacer ver esta verdad, y que Dios es el autor de todo, de toda vida, y concretamente, el Dios personal y salvífico que se ha revelado como puro amor y como iniciativa. Me quedó muy grabado lo que nos decía: “Si de nuestra parte no había ningún título que demandase ser creados, de parte de Dios sí que había un título, él es la infinita esencia, la infinita perfección. Dios, por su propia substancia conocía esta perfección y conociéndola, se amaba. Sí, Dios se amaba porque la esencia de Dios es el amor. Y Dios quiso que su esencia fuese participada de sus criaturas. Dios, viéndose a sí mismo, amándose a sí mismo, vio que podía hacer participar a la criatura del amor que se tenía a sí mismo. Ésta es la gran realidad que da sentido a todas las cosas: las criaturas por sí mismas no son nada, pero son participación de la esencia divina, nada más ni nada menos, y Dios amándose a sí mismo, ama su esencia amándonos a todos nosotros. Sin esta participación de la esencia divina que somos nosotros, Dios no hubiera creado el mundo. Por eso hemos de afirmar que Dios no ama ni puede amar nada que no sea participación de su divina esencia. Santa Mª Magdalena de Pazzis tiene una frase que corrobora estas palabras: ‘Dios se ama por lo que es en sí mismo, pero también se ama por lo que es en nosotros’. Antes lo había dicho Jeremías: “In caritate perpetua dilexit te Deus”[3]. Hasta aquí el P. Xiberta.
El Concilio Vaticano II, un tiempo después, afirmó que toda realidad brota de la pura iniciativa del amor divino. La creación entera alcanza en la persona humana la cumbre de su sentido, la persona reúne el cosmos en sí misma, se supera a sí misma en libertad y responde así a la palabra creadora con toda la fuerza de su yo y de su mundo. Cuanto más la persona se realiza libremente a sí misma, tanto más es espejo donde se refleja la gloria del Creador. Así la existencia humana se identifica con la gloria de Dios. Dice el P. Xiberta en sus ejercicios que Dios crea un mundo que “deviene”, que se está haciendo continuamente, y prosigue: “Dios no ha creado las cosas según un querer uniforme, sino que cada una es un ejemplar determinado, siempre revelación de Dios. San Pablo dice que Dios lo había destinado para revelar en él a su Hijo, y esta vocación es universal. Las criaturas irracionales han recibido el encargo de revelar las perfecciones divinas. Así, p.e., el sol nos trae luz y calor y nos revela la magnificencia de Dios, si no lo hiciera, sería una criatura inútil y perjudicial, y así todas las otras criaturas. A las criaturas racionales nos toca dar gloria y alabar a Dios por las perfecciones que nosotros mismos referimos a Dios. San Pablo nos expresa bien el fin de nuestra existencia cuando escribe que somos alabanza de gloria para el Señor[4]. Y otra verdad que la teología nos enseña es que Dios quiere que todas las cosas sean para nuestro bien positivo”. Acaba esta reflexión, como todas las demás de los ejercicios, con una mirada a María: “Nuestra Stma. Madre, con respecto a Dios, está en igualdad de condiciones que nosotros: Fue creada para manifestar las perfecciones divinas. También ella era una llamarada del Corazón de Dios desde toda la eternidad, y esta igualdad de origen y de condición con relación a Dios, da ocasión a coloquios muy eficaces con Ntra. Stma. Madre. Recordemos sus palabras ‘Soy la esclava del Señor, que se haga en mí según tu Palabra… Ha hecho maravillas en mí el que es poderoso”. Hasta aquí las palabras del P. Xiberta. Concluyo con una frase de Gaudium Spes, la Constitución Pastoral que afirma que Cristo se ha unido a cada hombre: “El hombre, creado a imagen de Dios, ha recibido el mandato de gobernar el mundo en justicia y santidad… y ha recibido también la misión de orientar hacia Dios, reconociéndolo como creador de todo, la propia persona y el conjunto del universo, de tal manera que, sometidas todas las cosas al hombre, el nombre de Dios sea glorificado en toda la tierra”[5].
Madre María Pilar Simón, O. Carm., Ponencia en el Encuentro de la Familia Carmelita 2011
[1] Ex 3,14
[2] Jn 18,6
[3] Jer 31,3
[4] Ef 1,6
[5] GS 34
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