sábado, 3 de diciembre de 2011

La Sagrada Escritura, un gran tesoro


Con respecto a la estima que debemos a la Sagrada Escritura nunca podremos exagerar. Ella contiene la Palabra de Dios revelada por el Espíritu Santo y El es el autor principal, mientras que los que la escribieron eran solamente instrumentos. La Sagrada Escritura fue dada a la Iglesia como un gran tesoro, y de él principalmente toma su doctrina.

Los protestantes acusan a los católicos de no dar a la Escritura la importancia que merece. Nosotros debemos procurar que tal acusación sea falsa.

La Biblia hay que usarla debidamente. Ante todo, con la máxima reverencia. San Francisco de Sales la leía siempre de rodillas. En segundo lugar, hay que leerla con espíritu de fidelidad al magisterio de la Iglesia. El error capital de los protestantes fue tomar la Biblia al margen de la Iglesia. Y, sin embargo, el tesoro de la Sagrada Escritura lo confió a la Iglesia, y la Iglesia lo interpreta y nos lo da a nosotros. Es, pues, en comunión con la Iglesia como debemos esforzarnos por recoger los tesoros de la Escritura.

En tercero lugar, la Biblia no hay que leerla con curiosidad, como para ampliar los propios conocimientos, sino como queriendo descubrir en ella la fuente misma de las doctrinas que debemos creer y deben ser la guía de nuestra vida cristiana. El conocimiento de la doctrina es un presupuesto para el recto ejercicio de la  fe, pero este conocimiento, como tal, no constituye formalmente la perfección cristiana. (…)

La invitación a la lectura de la Sagrada Escritura no se hace principalmente con vistas a una mayor ciencia. Sin embargo, supuesta la necesidad de una doctrina apta para orientarse en la vida espiritual, esta doctrina es infinitamente más bella en los libros inspirados por Dios, que en todos los volúmenes de los hombres.

Así pues, si quiere contemplar los misterios inefables da las Divinas Personas y del Verbo Encarnado, le será de muchísima más eficacia la lectura de las divinas Escrituras, que todas las explicaciones de los libros escritos por los hombres. Así también no existe mejor medio para sentir toda la fuerza del espíritu cristiano, que el leer y escuchar los sermones del mismo Jesús, consignados en el Evangelio.

Bartolomé Xiberta, O. Carm., “Cartas desde el Carmelo”, p. 97-98

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