domingo, 25 de diciembre de 2011

La teología de Bartolomé Xiberta III


El misterio de la Salvación

En la teología dogmática, no basta exponer la obra salvadora y el ser mismo de Cristo, sino que es teológicamente necesario contemplar también esta obra de la salvación desde la Trinidad, entenderla en cuanto acción del Padre en Cristo por el Espíritu. Escuchemos al P. Xiberta: “Dios perfectísimo, necesariamente es conocimiento y amor y, por poco que nos fijemos, el conocimiento es producción, de manera que una vez conocida una cosa ya no necesitamos ir al exterior para conocerla de nuevo, sino que volvemos a lo que es fruto de nuestro conocimiento anterior. En Dios se verifica aquel misterio infinito de la Stma. Trinidad, en el que Dios Padre es verdaderamente Padre porque el conocimiento de Dios es conocimiento íntegro de sí mismo y es producción de un Hijo. Esta verdad la sabemos doctrinalmente y conviene reforzarla en nuestro interior. Dios Padre, con su conocimiento, produce un Dios Hijo el cual es imagen sustancial y perfectísima del Padre, el cual es el Verbo del Padre. Y el Espíritu Santo es igual al Padre y al Hijo, es producción del Padre y del Hijo como corriente de amor del Padre y del Hijo, pero una corriente personal, que es persona como el Padre y el Hijo. Conociendo esta verdad, vemos descifrada esta otra: cuando decimos que Dios nos conoció y nos amó, se ha de entender a través de su Hijo. Lo que Dios ama y amándolo nos ama, lo que Dios conoce y conociéndolo nos conoce, es el Hijo, al que ama exclusivamente. Fijémonos en esto: exclusivamente… Pero un día, desgraciadamente, el hombre deformó esta imagen del Hijo, de tal manera que Dios ya no nos podía amar porque éramos objeto de abominación, ya no podíamos servir para darle gloria… La restauración de la imagen de su Hijo en nosotros resultaba sumamente difícil pero la infinita bondad de Dios no se volvió atrás y así decretó el misterio de la Encarnación. De esta forma, Jesucristo se encontraba en la condición de ejecutar por sí mismo obras semejantes a las nuestras; las obras de la humanidad de Jesucristo resultan el modelo incomparable de nuestras obras, de manera que imitar las obras humanas de Jesucristo es precisamente hacernos semejantes al Padre. Son dos misterios inefables de nuestra religión, sin  los cuales no tendría nada de cristianismo.”

Y prosigue el P. Xiberta: “A veces decimos que quisiéramos ser santos, mejor diríamos que desearíamos imitar a Jesucristo, no para nuestra bienaventuranza en el cielo sino para que Jesucristo sea revelado en nosotros. Y en esto radica la fuerza del apostolado que tiene el cristianismo… y si nosotros no tenemos un apostolado más eficaz seguramente es porque no reflejamos suficientemente la imagen de Jesucristo porque éste es nuestro primer apostolado. Que Ntra. Stma Madre nos enseñe  esta gran misión, la de representar a Jesucristo, ella que la realizó por primera vez y nos dio la imagen como en un espejo, nos conceda la gracia de imitarla también a Ella y ser espejos de Jesucristo”.

El “leitmotiv” que el P. Xiberta nos iba repitiendo a lo largo de todos los ejercicios era éste: “Dios nos ha predestinado para ser conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos”. La Encarnación del Hijo de Dios y la gracia, es decir, el doble punto de partida de la Trinidad divina, el inmanente y el histórico, pueden considerarse las dos formas como Dios se comunica a sí mismo, ambas se fundan en la única y libre decisión divina de entregarse a la criatura.

Pero el P. Xiberta nos habló más para ahondar en la comprensión de la historia de la redención, y lo hizo de la mano de san Pablo con una cita de Fil, 2,5ss: “Jesucristo que era de condición divina, no tuvo como una rapiña…se anonadó, -es decir, se vació, éste es el sentido de la palabra anonadar- tomando forma de esclavo y haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz”. “Veneradas hermanas, recuerden que la humillación comporta no aferrarse a las alabanzas, a las alturas, sino rebajarse a una condición inferior”. Y para comprender mejor lo que significan estas palabras de san Pablo, el P. Xiberta nos contaba una historia: “Supongamos que en una familia real hay un ministro, con todas las dignidades que un día, para desgracia suya, obró mal y fue echado fuera de su dignidad y reducido a un estado de suma miseria que se extendía también a toda su familia. En esta situación de miseria, ya no recuperó su dignidad de ministro del rey, y así su miseria material y moral iba en aumento. El hijo del rey, por el amor que le tenía, se propuso restablecerlo y escondiendo que era hijo del rey, abdicando de su dignidad, entró en la misma condición de miseria material y moral de aquella familia, pero su presencia les iba comunicando dignidad, poco a poco se fueron rehabilitando hasta que el hijo del rey pudo volver a llevar a aquella familia con él al palacio real... Veneradas hermanas, aquella humillación tan grande de Jesús, comenzada en la Encarnación, continuó toda su vida, de Belén a la Cruz. Hay actos de caridad que no rebajan a quienes los practican, pero hay otros de humildad que rebajan cuando se depone la propia condición y se asume otra inferior”.

 Y acaba el P. Xiberta con un toque de atención: “En la Iglesia de Dios se considera que el entrar en religión es una humillación como la de los antiguos penitentes, por eso no hay dignidades entre los religiosos, ni título honorífico alguno, los cristianos quieren ver reflejado en los religiosos este aspecto de humildad de la Encarnación del Hijo de Dios”.

 Madre María Pilar Simón, O. Carm., Ponencia en el Encuentro de la Familia Carmelita 2011

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